Cuando hablamos de liderazgo, hay personas que parecen grandes… pero no lo son. Y otras que no lo parecen, pero sí lo son.
Hace poco, observando un bonsái, pensé en cuántos líderes viven podándose a sí mismos. Pequeños árboles metidos en una maceta demasiado estrecha para sus raíces, domesticados por el deseo de agradar, adaptarse, no molestar demasiado, no destacar demasiado… No crecer demasiado.
Su entorno los celebra por ser estéticos, controlados, manejables. Pero han olvidado algo esencial: no están ahí para adornar, sino para transformar.
En cambio, las secuoyas —esos gigantes milenarios del bosque— no piden permiso para crecer. No necesitan parecer imponentes: lo son. No están pendientes de la mirada de otros, sino de las raíces que los conectan con lo profundo y del cielo que les marca el rumbo.
Son auténticas. Resilientes. Nutridas por redes invisibles bajo tierra, donde otras secuoyas las sostienen. Y sobre todo, son árboles que no han renunciado a su estatura natural por miedo a incomodar.
Lo que aprendí en Yosemite sobre el liderazgo
Hace unos años, durante una visita a Yosemite, una Ranger nos explicó algo que nunca he olvidado: las secuoyas más altas del mundo no se sostienen por la profundidad de sus raíces, sino por su anchura y conexión subterránea con otras secuoyas. Sus raíces no bajan mucho, pero se entrelazan con las de los árboles vecinos, formando una red de apoyo invisible. “Una secuoya sola no sobrevive”, nos dijo.
Esa frase me hizo pensar en el liderazgo: los grandes líderes no se sostienen por sí solos, sino gracias a las relaciones que han cultivado a lo largo del tiempo. No es la altura lo que los hace fuertes, sino su capacidad de conectar, sostener… y dejarse sostener.
La paradoja de la semilla y el fuego
Otra de las cosas que me fascinó de las secuoyas es su origen. A pesar de que pueden llegar a medir más de 90 metros de altura, nacen de una semilla del tamaño de una escama de pino. Frágil, diminuta, fácil de ignorar. Y sin embargo, dentro de ella habita la posibilidad de una catedral viviente.
Pero hay más.
Las secuoyas necesitan del fuego para germinar. Sus semillas no despiertan sin la acción del calor y las cenizas. Los incendios forestales, que para otros árboles son devastadores, en ellas activan un proceso de regeneración y renacimiento. Su corteza, además, está hecha para resistir el fuego.
No se quiebran en la tormenta. No se consumen con las crisis. Renacen con ellas.
¿Qué pasaría si liderásemos así?
Si viéramos las dificultades no como amenazas, sino como catalizadores de transformación.
Si en lugar de escondernos del fuego del cambio, aprendiéramos a atravesarlo y a usarlo para crecer.
Si confiáramos en que dentro de cada persona —por pequeña que parezca— hay una semilla capaz de transformar el bosque entero.
Del bonsái al bosque vivo
Muchos líderes han sido educados para comportarse como bonsáis: bien recortados, previsibles, comedidos. No se atreven a mostrar su verdadero tamaño interior por miedo a parecer “demasiado” —demasiado emocional, demasiado ambicioso, demasiado humano.
Pero los tiempos que vivimos no necesitan bonsáis.
Necesitan secuoyas.
Necesitan líderes que no se limiten a gestionar, sino que se atrevan a crecer de verdad. A liderar desde lo más profundo de su autenticidad, sin máscaras. A poner sus talentos al servicio de algo más grande que ellos. Y a crear culturas organizacionales que no solo rindan, sino que también humanicen.
El liderazgo que florece desde dentro
Eso es lo que proponemos en INUSUAL:
Una reeducación ejecutiva que no corta ramas para que encajes, sino que trabaja desde las raíces para que crezcas.
Esto no va de enseñar técnicas, sino de encender transformaciones. No queremos líderes decorativos, sino líderes con propósito. Líderes capaces de elevar a los demás, no desde la autoridad, sino más bien desde la autenticidad. Sin máscaras, sin adornos estéticos.
Liderar no es aparentar y querer agradar.
Es crecer.
Y hacer crecer a tu entorno. Como hacen las seuoyas, y como hacemos en el Club INUSUAL.
¿Y tú? ¿Te estás podando… o estás creciendo?
Si estás liderando como bonsái, probablemente estés agotado de sostener una imagen. Pero si te atreves a liderar como secuoya, descubrirás una forma distinta de dirigir: más libre, más humana, más poderosa.
Puede que este sea el momento de dejar de preocuparse por mantener y agradar…
Para empezar a inspirar a otros para que, juntos, alcancemos el cielo.